domingo, 26 de enero de 2014

EL VIRUS DEL VIAJERO

Hoy he tenido una comida familiar con alguien que hacía mucho tiempo que no veía y que, aunque no son familia directa, siempre los he considerado como tales. Aunque a lo largo de la vida acabes queriendo de corazón a muchas personas, el tiempo y la rutina nos alejan muchas veces de ellos y cuando te das cuenta, pasan décadas hasta que no los vuelves a ver.
Hoy, a parte de reencontrarme con gente a la que quiero mucho, el encuentro a servido para revivir el virus viajero. Ya desde hace tiempo, comenté una vez que cuando empiezas a viajar de verdad, un virus maldito se introduce en tu cuerpo y nunca más te abandona. No hay cura para ello. Es el virus del viajero.
Con mis amigos, también viajeros, hemos estado intercambiando experiencias y aventuras de nuestros viajes, que han servido para alimentar aún más ese virus que llevo metido dentro desde hace tiempo.
Demostrado queda que viajar alimenta el alma. Por que viajando es cuando recibimos impactos en cada uno de los sentidos, cuando experimentamos otras vidas, otras formas de ver el mundo. Viajar enriquece. Viajar engrandece nuestro espíritu.
 

viernes, 10 de enero de 2014

SALIR DE LA RUTINA

Primera entrada del año 2014, por lo que aprovecho para desearos que la mayoría de vuestros sueños se cumplan durante estos próximos 12 meses. Y que sean lo más excitantes y enriquecedores posible. Te aconsejo que viajes mucho y que escapes de la rutina lo más que puedas.
He aquí un fragmento de mi libro donde hablo precisamente sobre la rutina en la vida.

 
Para que te hagas una idea, salirte de la rutina equivale a alcanzar la orilla de un caudaloso río. Imagina que la vida consiste en ir nadando a diario por un río (muchas veces a contracorriente), sin poder saber hacia donde nos dirigimos. ¿Qué hacemos entonces? Nos limitamos a nadar para no hundirnos y para, supuestamente, avanzar. Pero… ¿hacia donde? No vemos el final. Y a duras penas vemos lo que hay en la orilla, ya que el río es muy ancho. Pero lo más triste de todo, es que no sabemos si debemos seguir nadando o ya es momento de parar.

Pues bien, durante el viaje me sentí como si alcanzara esa deseada orilla. Ese lugar para reposar, descansar, reponer fuerzas. Y mientras tanto, observar desde allí como el resto del mundo sigue nadando, sigue luchando contra la corriente, sin saber si nadan en la dirección correcta.
Cuando estás en la orilla, tienes tiempo de pensar, de recapacitar, de analizar tu vida. Es más, puedes ver cómo es el río, de qué color son sus aguas, cómo es su entorno. Incluso con más tiempo, puedes subirte a un montículo y ver más allá. Mucho más allá. Hasta puedes llegar a oler el mar. Puedes incluso vislumbrarlo. Ver si el río te lleva hacia él, o si existe cerca otro río paralelo mejor.